martes, 18 de noviembre de 2008

Manuscrito.



Encontré el manuscrito entre las cosas de mi abuelo, dentro de una caja de madera tallada, que de inmediato llamó mi atención -cuidadosamente, y con maestría, mi abuelo talló un estilizado árbol en la tapa de la caja-.

Mi abuelo había muerto hacía seis meses; yo aún sentía el vacío de su ausencia, pues había sido una persona fundamental en mi vida. No recuerdo nunca que fuera autoritario conmigo; o demasiado condescendiente, para el caso. Lo que recuerdo es que a pesar de cualquier circunstancia era amoroso con sus hijos y nietos, y que siempre intentó enseñarnos cosas útiles, como electricidad básica o algo de mecánica; además de aconsejarnos con una objetividad y clarividencia envidiables. Ahora que ya no esta entre nosotros, nos damos cuenta que el viejo era una especie de genio enloquecido y un ser humano muy valioso.

Ese vacío, esa necesidad de tenerlo cerca ahora que era imposible, me llevó a revisar sus cosas. Guardaba planos de construcciones -su gran frustración fue la de no acabar su carrera de Arquitecto-, una pesada caja de madera con una docena de pequeñas figuras talladas en madera destinadas a un surrealista ajedrez. Las piezas-algunas no acabadas, sin refinar- de entre cinco y diez centímetros-las piezas altas como los alfiles y las reinas, se erguían imponentes con acabados elegantes y firmes por sobre las otras-. Pero lo verdaderamente curioso, era la temática y las formas de las figuras: unas representando caballos, y otras piezas de ajedrez, francamente metamorfoseadas, mezclas fantásticas: hipopótamos-caballo, sirenas-caballitos de mar, arañas reinas de ajedrez, o unicornios alfiles(no caballos) con grandes y desproporcionados cuernos;otras piezas aparentemente más simples, eran trozos de madera con símbolos y escudos heráldicos tallados en relieve. Había también muchas cartas, de su esposa -la abuela, fallecida desde hace años-, de sus amigos, de sus hijos cuando vivían fuera de la ciudad o estaban fuera del país. Había también entre sus cosas, dibujos llenos de detalles en papeles muy viejos. Todo tenía un olor a madera, a aceite, a otro tiempo.

El manuscrito se veía viejo también, no tenía una fecha escrita. Por el estilo y las palabras elegidas, sin duda lo había escrito el abuelo.

En la parte superior de la amarillenta y delgada hoja se leía a manera de título: ¨El Arte de la Vida¨, y había escritas una serie de reflexiones. Si el titulo, por las circunstancias actuales, me había sorprendido, al voltear la hoja del otro lado y leer lo que estaba ahí escrito me dejó francamente conmocionado: ¨El Arte de la Muerte¨.

El texto -de alguna forma inacabado- decía:

¨De la muerte sabemos muy poco, pues nos encontramos en el ámbito de la vida; pero es posible sentirla, percibirla, casi tocarla, gracias a esos sentidos que tampoco conocemos mucho. La muerte lo rodea todo, lo abraza todo, y aún a pesar de esta naturaleza no sabemos nada; le tememos, claro, pues no sabemos a ciencia cierta de que se trata todo esto de ¨existir y de no existir¨. Pero hay cosas que no se necesitan comprender.

Continuaba con reflexiones por el estilo y terminaba abruptamente con una frase irónica: ¨...pero como sabemos poco, no nos sirve de mucho concentrarnos en el arte de la muerte, solo saber que esta ligada con la vida por fuerzas misteriosas y que es irremediable y poderosa¨.

Me senté en una vieja silla plegable, que rechinó y crujió al recibir mi peso. Una extraña mezcla de melancolía, y -por otro lado, aparentemente opuesta- una sensación de paz, recorrían mi cuerpo; sabía que si cerrase los ojos sentiría la presencia de mi abuelo como si estuviera a mi lado, detras de su silla de pic-nic polvosa y almacenada, donde yo estaba sentado.

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