lunes, 19 de octubre de 2009

Más grandes que la vida.


Los posters en la pared desfilan y danzan: cabelleras revueltas y ensortijadas, guitarras de doble cuello, luces moradas, rojas, y verdes. Las figuras desgarbadas de los músicos se transforman en algo más grande que la vida; congeladas en el tiempo, inmortales.

Más grandes que los Beatles, más grandes que Jesús, así tendrían que ser las bandas de rock, esa debiera ser su aspiración: Bigger than life; ser de plomo, ser del tamaño de un Zeppelin, y cubrir todos los ángulos, en actitud y en música

Y -nosotros- fantaseábamos con la llegada de esos "salvadores del Rock". Tenían que llegar, sin avisar, con arrogancia y talento desbordado.
Llegarían, al principio,como todos,siendo solo hombres corrientes,prescindibles, del montón. Bastaba tan solo un giro más a la tuerca, para pasar de ser unos simples músicos, a eternos bufones cósmico, a imprescindibles; y llegar a ser una imagen pegada detrás de una puerta, celebrando, representando a todos aquellos que le cantaban a “lo verdadero” y a lo sublime, a ese misterio que se esconde tras los arboles y el ocaso. Esa música frenética, como el ritmo de una vida absurda, casi desperdiciada.

Nosotros, los que apreciábamos el buen Rock, sabríamos esperar a "la banda”,a los elegidos. Solo había que aguardar a que todo se alineara en torno a este hecho. Que la luz –eterna, dadora de vida- se transfigurara, al pasar a través de un prisma piramidal -como en la portada de “Dark Side of The Moon” de Pink Floyd-, para descomponerse, y luego volverse a componer, -Same Old Song-; el espíritu primordial llegando como olas.

Solo hay que ver las noticias –no esas “noticias” que el televisor vomita con coloridas imágenes, y que sirven para crear un efecto de realidad intocable, de normalidad; me refiero, más bien, a las noticias psicotrónicas, las alucinantes, las que rayan en lo irreal al presumirse como reales-; las noticias que vienen de todas partes y en todo tipo de formas-. Y cumplir una de las tareas indispensables para "los guardianes de la verdad": indagar, unir las ideas, como la antena humana que eres. Y un día todo se te revelara.

¿Qué son esos sonidos que vienen de esa habitación? ¿Son acordes?
¿Qué instrumento es ese? ¿Será una guitarra? ¿Que más puede ser?

domingo, 12 de julio de 2009

Frente a esa puerta.

No recuerdo exactamente donde había estado minutos antes, de donde venía yo.
Realmente no importaba. El recuerdo, la sensación de verme frente a esa puerta, frente a esa casa, era lo que me abrumaba. Otro recuerdo que me golpeaba como una piedra.

De repente, como tele-transportado –“Tele transportanos Scotty”-, frente a mi estaba la puerta de la casa de mis abuelos. Una sólida puerta metálica, amplia, con reminiscencias al art decó. La puerta de una vetusta casa en la colonia Roma.

Me veo llegando a esa puerta siendo niño. Me habían dejado salir a la calle a jugar con mi pelota. Todo estaba bien, hasta que sentí la imperiosa necesidad de orinar. Corriendo. A punto de orinar en mis pantalones, golpeé la puerta con desesperación. Nadie abría. No quería mojar los dichosos pantalones; no quería pasar por mas vergüenzas. Menos aún en casa de lo abuelos. Así que deslice mi bragueta hacía abajo y oriné justo en la puerta. No había planta ni maceta alguna –como en otras casas, a la entrada- donde disimular mi necesidad fisiológica. Oriné y me liberé; jamás había sentido tal alivio.
Ya iba a terminar de hacer lo mío -juro que ya iba a acabar-, solo faltaba un chorrito más, cuando mi abuela abrió la puerta. Su rostro fue de pasmo; ese nieto, que por cierto, ya había dejado de ser adorable, ahora era lo más cercano a un monstruo, a un ser diabólico que orinaba las mismas puertas del hogar sagrado.
Mi abuela me odió por eso. Se encargó de juzgarme, de ponerme en evidencia frente a los demás, de condenarme.

Otro recuerdo -otra piedra voladora que cae directo en tu cráneo, y atraviesa la "caja de las ideas"-: Se trata de la imagen nítida de esa misma puerta metálica. Ahora es una noche lluviosa. Estoy mojado por la puta lluvia; y la puerta está igualmente mojada. Daría igual si la orinara o no. Nadie abre. La lluvia no me molesta del todo. Estoy de cierto humor tolerante y relajado; tal vez se debe a que estoy ebrio. Me tambaleo; veo el reloj, sonrió estúpidamente. Le grito a mis abuelos-no traigo mi teléfono, lo debí haber perdido-. Hago un escándalo en plena calle. Maldigo a mis abuelos por estar tan sordos –tan ciegos al mundo de aquí afuera, tan encerrados, tan indiferentes-. Mi abuela sale en bata y en camisón de dormir. Nota que estoy ebrio. Me deja traspasar la puerta metálica. No recuerdo que me dice; pero algo me hace sentir culpable; algo en mi interior se quiebra y cruje. No puedo soportar más y estallo en lágrimas. Su desconcierto es total. Le digo -entre sollozos- que no es justo; que no fue justo perder a un hijo -para ella-, un tío -casi un padre-, para mí ; a alguien tan especial. Que no es justo que él no esté aquí, bromeando, llegando tarde, llegando de una gran fiesta siempre con buen humor -con su risa-. De tan buen humor que era capaz de convencerla para que le hiciera de cenar a esa hora –a ella, que era tan inflexible con sus otros hijos-.
La abuela comprende lo que trato de expresar; deja soltar unas cuantas lagrimas también; nos abrazamos. Los dos sabemos que yo no sustituiría a nadie. Que mi vida en esa casa es circunstancial, momentánea. Con todo y eso, me hace de cenar; como siguiendo un viejo ritual. Y, en esos momentos el también está ahí, con nosotros. Nunca murió; eso no pasó, negamos el hecho solo por unos minutos, y cenamos casi en silencio; respetando las horas -la madrugada-; y respetando el solemne recuerdo de nuestros muertos. Calienta unas tortillas para mí –¿De donde sacara esta mujer dinero para huevos y jamón? ¿De dónde sacara fuerzas para vivir con todo lo que le ha pasado?

Liberado -de alguna forma-, y después de haber cenado copiosamente, duermo en la habitación que antes era de él. Duermo en su cama. Veo los posters que el colocó ahí, en las paredes de su cuarto; veo los ojos de las personas -personajes- que están en esos posters; ellos me miran a mi también. Contemplo una calcomanía pegada en la cabecera de su cama, me da risa, me trae buenos recuerdos; y cierro los ojos para dormir, en esa casa, detrás de la puerta de metal, en la colonia Roma mojada por la lluvia nocturna.

miércoles, 1 de julio de 2009

T.Q.M.

Lo que mas recuerdo de ella; lo que más intento evocar, y que me golpea los sentidos al recordarlo, era el olor de su aliento.

No es que este oliera mal, para mi era el olor de todo aquello que es seductor. Todo en ella se configuraba para seducir: su cabello teñido de un rubio cobrizo, sus gestos cuidadosamente -mimeticamente- infantiles, su nariz pequeña y chata, sus pecas en el rostro, su característico color de piel, sus piernas, que ostentaba orgullosa con el uso de pequeños shorts. Se sabía deseada a sus dieciséis años. Anhelada por los papás de sus amigas, por lo viejos rabo-verdes que pasaban a su lado en la calle, por los escuincles pendejos, y por los güeyes de veintitantos que se creen conquistadores -galanes de balneario-. Se sabía también envidiada por las chavas ñoñas, las feas inseguras, las obesas, las mustias, las señoras fodongas que visten solo pants, y por las chicas que eran mas guapas que ella, pero que no explotaban su belleza como ella lo hacía: con desenfado, con la seguridad de conocer el simple hecho de que casi todo el mundo quiere coger; y que, con ese precepto en mente -inscrito en sus genes, corriendo en sus venas-, ella haría a su antojo. Siempre habría un imbécil, ya casado, a sus píes. Ahora que recuerdo solo andaba con tipos que tenían dinero en los bolsillos. ¿No se por que diablos andaba conmigo?

Ese aliento, sofocante a veces, refrescante en muchos momentos. Incluso toda su casa olia como su aliento. Toda la casa encerraba su esencia. Era como entrar al santuario/jardín de una olorosa flor a punto de retoñar.

Vivía casi sola, sus padres trabajaban todo el día. Su padre: un alto funcionario público, del que los vecinos hablaban pestes y rumores sobre sus incontables transas y desvíos de fondos. Yo no lo se, no me constaba nada de lo que decian; yo solo se que su casa estaba repleta de regalos; y que yo podía beber todo el whiskey que pudiera aguantar mi cuerpo de quince años, y ellos nunca notaban el faltante, o no parecía interesarles. Y digo que eran regalos, por que aún estaban envueltos y detentaban tarjetas de agradecimiento, de saludos, atenciones varías; casi siempre eran artesanías, estatuillas de bronce,y canastas con vinos,licores y productos en conserva, que atestaban buena parte de la sala principal, y de la estancia - . El refrigerador siempre repleto; por mas sandwiches que te hicieras, al otro día aparecía más jamón y quesos. Todo en la casa estaba inmaculado, las camas siempre tendidas y solitarias, enseres de cocina aún en sus cajas. La televisión era lo único de lo que emanaba una especie de vida, de ruido. Tanto orden, tanto vacío de gente, era algo perturbador. Pero era nuestro paraíso personal; el lugar donde cuando nos cansábamos de sexo, nos poníamos a jugar video-juegos -ella era muy buena en los games, por eso la amaba-; y cuando nos hartábamos de los video-juegos volvíamos al sexo.

Así las cosas, yo trataba de no darle mucha importancia al hecho de que saliera con otros tipos.

Cuando le pedí, ingenuamente, que fuera mi novia, ella sonrió con malicia y dijo:

-"¡Perfecto! Ahora tendré tres novios formales. Tres es un número de suerte para mi."

Cuando por fin un día nos despedimos, me dijo:

-"Oye,tu eres el novio formal con el que mas he durado; los otros dos que tenía cuando te me declaraste no duraron casi nada conmigo. ¡Te quiero mucho!- Y procedió a abrazarme fuertemente y con su entusiasmo característico para demostrarlo.

martes, 13 de enero de 2009

Una nueva temporada.

Me cansé de seguirla. ¿Como era posible que una niña fuese más rápida que yo? ¿Es que no era una simple niña normal?; o tal vez lo era. Tal vez todas las niñas de siete años que se llaman Marlene, o Silvia, o Alicia, corrían como el demonio, hacían y deshacían a su antojo casi sin ensuciarse la ropa, se reían a cada segundo a carcajadas, hacían bromas, mascaban chicle, contaban historias descabelladas pero significativas, y se veían frescas y hermosas con sus mechones de cabello enredado sobre la cara; todo justo a tiempo para entrar a casa a las ocho de la noche;los viernes, a las nueve o diez, aprovechando que los adultos estaban ocupados en otras cosas,como embriagarse o coger, supongo, por que incluso ignoraban nuestra urgencia a la hora de querer entrar al baño, o de ir por agua, puesto que no abrían las puertas de las casas en esas horas cruciales. Y nosotros teníamos que acompañarlas un rato más, estar más tiempo afuera; no era difícil, nos encantaban las banquetas y la brisa nocturna; era mejor que los gritos y reproches de los padres.

Nosotros, como siempre, nos las arreglábamos. Las niñas del grupo eran cosa aparte, aunque formaban junto con nosotros una comunidad unida. La Alicias, las Alines, las Stephanies, todas brillaban y exudaban energía; todas guiaban a sus respectivos clanes; vestían ropa combinada. Las más “machorras” usaban siempre la misma mezclilla. Lo cierto es que las chicas parecían un poco más organizadas que nosotros los niños. Empezando por que nuestro grupo, nuestra tribu, era lamentable: niños gordos en su mayoría, dientes chuecos, ropa grande y pasada de moda-de nuestros hermanos mayores-, rodillas siempre sucias y lastimadas, nula capacidad para los deportes...en fin ¿tengo que seguir? Podemos culpar a nuestros padres por estar demasiado ocupados en el trabajo fabricando dinero, como para tener tiempo para enseñarnos las reglas y las técnicas más básicas del algún deporte; o podemos culpar a nuestras madres que nos sobreprotegían, nos sobrealimentaban, y nos dejaban ver televisión todo el tiempo que quisiéramos, y jugar algo de video-juegos.

Otra cosa que hacia de estas chicas las "lideresas" de los clanes -grupitos de niños de edades similares-, es que ellas tenían hermanos, hermanas, y padres que se preocupaban por sus "adorables" personas, toda una familia que las procuraban y protegían. Nadie se metía con ellas -por que eran niñas-, y siempre tenían dinero en sus bolsitas de Hello Kitty. Por nuestra parte -los niños de la cuadra- dábamos pena. Vivíamos amenazados por los chicos mayores cuya única preocupación era fastidiar a los más débiles y menos organizados. Asustados,pero con ganas de divertirnos, casi siempre rondábamos el vecindario a todas horas, por que nuestros padres no nos soportaban mucho tiempo dentro de la casa -decían que solo veíamos televisión y jugábamos video juegos-. Comíamos lo que podíamos por ahí, rara vez teníamos una moneda en el bolsillo, no dábamos un carajo por nada, y al contrario de ellas, odiábamos la escuela.

Y ahora esta niña me rebasaba, recorriendo el parque como el viento que levanta las hojas muertas; y me dejaba ver su espalda, su delgadez, lo liviana que era. Algo me dolió al costado, ya había sentido ese dolor punzante antes, cuando en la escuela nos obligaban a dar vueltas a una cancha de basket-ball que nunca utilizábamos para jugar basket-ball. Era un dolor que te obligaba a detenerte, pues crees que de ignorarlo algo estallara en tu interior. Cansado, decidí que lo mejor era sentarme; estaba mareado. Tumbado en el suelo, me vi las piernas; eran algo gordas. El short que tenía puesto no podía contener más mi carne. En ese momento juré que dejaría de ser un gordo; me jure a mi mismo que jamas volvería a sentirme así: agotado, rechoncho, sin amor propio.

Marlene o Aline, o como se llamara, se acercó a burlarse un poco de mi. Algo notó en mi rostro que la hizo dejar las burlas de lado. Se sentó junto conmigo; y quién sabe como, logró que le contara mis pesares de niño de ocho años. La edad contaba mucho en esa época. Un año de diferencia era demasiado para cualquiera. A los ojos de los demás, no era bueno que mi nueva mejor amiga fuera menor que yo; pero no nos importaba. Casi nos gustaba lo mismo -eso creíamos-. Juntos formamos nuestro propio clan; el más avanzado, el que se quedaba hasta las once de la noche por que nuestros respectivos padres no se preocupaban tanto por sus hijos, como el resto de los obsesionados y neuróticos padres; alguna madre vecina salía a gritar que nos metiéramos a casa, y cuando se volvían insoportables sus gritos, lo hacíamos. Pero esas horas extras eran nuestras. La noche era nuestra. Para llenarnos de refrescos y papitas -con dinero tomado a hurtadillas del monedero de nuestras madres-, para inventar nuevos juegos, para contar historias de fantasmas, de ovnis, de monstruos desconocidos, pero indudablemente existentes -por que nuestros padres (algo paranoicos) nos respondía que era muy probable que los extraterrestres o pie grande existieran, al contrario del "Coco". No me estoy quejando; agradezco por los padres despreocupados y desobligados que teníamos-.

Por supuesto que gracias a este detalle, al pasar el tiempo,nosotros éramos los que primero se colaban a las fiestas, robaban en las tiendas, tenían noviecillas, y asolaban el vecindario. Era una nueva temporada, tiempo de la revancha. Los últimos siempre serán los primeros.

lunes, 12 de enero de 2009

Ya nadie me miente ahora.

No me reconozco, ¿ese era yo? Caminaba de manera curiosa, siempre con prisa, no se de que. ¿Son esas mis manos, mis uñas? Ya, ya veo más claro. Definitivamente soy yo; a pesar de todo hay una marca, un sello inconfundible. Masa moldeable, carne fresca, energía siempre a punto de ebullición. ¿Que me hicieron? ¿Por que siempre que estuve a punto de lograr un cambio significativo en mi, solo daba vueltas y quedaba casi igual, confundido y a la intemperie? Tenía esperanzas y fuerza, ¿que me detuvo? ¿Quién cambio mis sueños y los transformó en un vulgar cliché? ¿Quién, o que, me hizo dar tantas vueltas hasta cansarme?

¿Por que todo lo que podía ser empatía terminó transformándose en odio?

¿Quien es el alquimista satánico-debería haber un luchador con ese nombre- que transforma todo aquello que es digno, en mierda?

Ya no hay mentiras. Ya nadie me miente ahora.