lunes, 8 de diciembre de 2008

Ana.

Le hablé a Ana, para reconciliarnos, para pedirle disculpas. Tenía que vencer esa extraña fuerza que es el orgullo; fuerza que nos hace la vida un poco mas complicada de lo que ya es.
Ana no merecía el terrible desprecio con el que la traté -por que Ana era un ser muy especial-. Era difícil decirle no a esa chica, y yo lo hice, supuestamente por amistad; la amistad que yo tenía con su entonces novio Efraín. La realidad era que yo confundía amor con desprecio. ¿No les ha pasado? Es como el niño que hace berrinche aunque obtenga el objeto deseado, solo por crear tensión y melodrama. Para advertir que con el no se juega. Pensé que era lo correcto. Si Ana me ignoraba olímpicamente cuando recién la conocí, ahora era mi turno de pagarle con la misma moneda cuando ella me dijo que sentía algo por mi. Dulce venganza, dulce decadencia.

En estos momentos-o etapa- me encontraba solo-mas solo que nunca, yo y el universo, con su eterna energía-. "Yo" –es decir mis pensamientos y mis recuerdos-. No podía hacer otra cosa más que reflexionar sobre los pasos dados en el pasado. Es lo único que podía hacer; por ahora.

Ana podía haber significado algo en mi vida, ambos teníamos ese sentimiento respectivamente. Nos entregamos. y nos importaron poco las personas que se podían sentir afectadas. Ahora no tiene mayor importancia; era tan solo una mas de las decisiones que nos conducen por las diversas vías que hay en la vida. La conocí, me conoció, nos reconocimos y nos dimos la mano; hablamos y nos amamos unos instantes, con eso bastaba.

Lo más probable es que en el momento de fusionar nuestras pieles y sentir ese choque eléctrico que acontece en el orgasmo. Nos descubrimos cómplices de la locura humana por saciar sus instintos. Nos reconocimos como dos hedonistas que andann por ahí, y un día cruzan sus caminos, y todo puede desencadenarse. Así que lo má sprobale es que nos frenara un miedo reverencial. Como cuando se prueba una droga muy fuerte, y muy seductora. Nadie pareció darse cuenta de lo nuestro. Y terminó de una manera fugaz pero casi violenta en su necia intensidad.

En una ocasión hablamos por teléfono, me saludó en buena onda. Me emocionó escuchar su voz, todo de golpe volvía a tener sentido. No pude explicarle lo que sentía por ella, no hizo falta. Me contó de su nuevo trabajo y de su escuela. De lo maravilloso que era todo para ella. Me contó que fue a ver a Efraín tocar, que se habían separado en buenos términos, que había encontrado a alguien mas, alguien comprensivo. –alguien que no era yo, pensé-.

Ana. ¿Por qué piensa uno siempre en lo que no pudo ser? Que tortura. Bueno, ahora no importa mucho.

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