Me cansé de seguirla. ¿Como era posible que una niña fuese más rápida que yo? ¿Es que no era una simple niña normal?; o tal vez lo era. Tal vez todas las niñas de siete años que se llaman Marlene, o Silvia, o Alicia, corrían como el demonio, hacían y deshacían a su antojo casi sin ensuciarse la ropa, se reían a cada segundo a carcajadas, hacían bromas, mascaban chicle, contaban historias descabelladas pero significativas, y se veían frescas y hermosas con sus mechones de cabello enredado sobre la cara; todo justo a tiempo para entrar a casa a las ocho de la noche;los viernes, a las nueve o diez, aprovechando que los adultos estaban ocupados en otras cosas,como embriagarse o coger, supongo, por que incluso ignoraban nuestra urgencia a la hora de querer entrar al baño, o de ir por agua, puesto que no abrían las puertas de las casas en esas horas cruciales. Y nosotros teníamos que acompañarlas un rato más, estar más tiempo afuera; no era difícil, nos encantaban las banquetas y la brisa nocturna; era mejor que los gritos y reproches de los padres.
Nosotros, como siempre, nos las arreglábamos. Las niñas del grupo eran cosa aparte, aunque formaban junto con nosotros una comunidad unida. La Alicias, las Alines, las Stephanies, todas brillaban y exudaban energía; todas guiaban a sus respectivos clanes; vestían ropa combinada. Las más “machorras” usaban siempre la misma mezclilla. Lo cierto es que las chicas parecían un poco más organizadas que nosotros los niños. Empezando por que nuestro grupo, nuestra tribu, era lamentable: niños gordos en su mayoría, dientes chuecos, ropa grande y pasada de moda-de nuestros hermanos mayores-, rodillas siempre sucias y lastimadas, nula capacidad para los deportes...en fin ¿tengo que seguir? Podemos culpar a nuestros padres por estar demasiado ocupados en el trabajo fabricando dinero, como para tener tiempo para enseñarnos las reglas y las técnicas más básicas del algún deporte; o podemos culpar a nuestras madres que nos sobreprotegían, nos sobrealimentaban, y nos dejaban ver televisión todo el tiempo que quisiéramos, y jugar algo de video-juegos.
Otra cosa que hacia de estas chicas las "lideresas" de los clanes -grupitos de niños de edades similares-, es que ellas tenían hermanos, hermanas, y padres que se preocupaban por sus "adorables" personas, toda una familia que las procuraban y protegían. Nadie se metía con ellas -por que eran niñas-, y siempre tenían dinero en sus bolsitas de Hello Kitty. Por nuestra parte -los niños de la cuadra- dábamos pena. Vivíamos amenazados por los chicos mayores cuya única preocupación era fastidiar a los más débiles y menos organizados. Asustados,pero con ganas de divertirnos, casi siempre rondábamos el vecindario a todas horas, por que nuestros padres no nos soportaban mucho tiempo dentro de la casa -decían que solo veíamos televisión y jugábamos video juegos-. Comíamos lo que podíamos por ahí, rara vez teníamos una moneda en el bolsillo, no dábamos un carajo por nada, y al contrario de ellas, odiábamos la escuela.
Y ahora esta niña me rebasaba, recorriendo el parque como el viento que levanta las hojas muertas; y me dejaba ver su espalda, su delgadez, lo liviana que era. Algo me dolió al costado, ya había sentido ese dolor punzante antes, cuando en la escuela nos obligaban a dar vueltas a una cancha de basket-ball que nunca utilizábamos para jugar basket-ball. Era un dolor que te obligaba a detenerte, pues crees que de ignorarlo algo estallara en tu interior. Cansado, decidí que lo mejor era sentarme; estaba mareado. Tumbado en el suelo, me vi las piernas; eran algo gordas. El short que tenía puesto no podía contener más mi carne. En ese momento juré que dejaría de ser un gordo; me jure a mi mismo que jamas volvería a sentirme así: agotado, rechoncho, sin amor propio.
Marlene o Aline, o como se llamara, se acercó a burlarse un poco de mi. Algo notó en mi rostro que la hizo dejar las burlas de lado. Se sentó junto conmigo; y quién sabe como, logró que le contara mis pesares de niño de ocho años. La edad contaba mucho en esa época. Un año de diferencia era demasiado para cualquiera. A los ojos de los demás, no era bueno que mi nueva mejor amiga fuera menor que yo; pero no nos importaba. Casi nos gustaba lo mismo -eso creíamos-. Juntos formamos nuestro propio clan; el más avanzado, el que se quedaba hasta las once de la noche por que nuestros respectivos padres no se preocupaban tanto por sus hijos, como el resto de los obsesionados y neuróticos padres; alguna madre vecina salía a gritar que nos metiéramos a casa, y cuando se volvían insoportables sus gritos, lo hacíamos. Pero esas horas extras eran nuestras. La noche era nuestra. Para llenarnos de refrescos y papitas -con dinero tomado a hurtadillas del monedero de nuestras madres-, para inventar nuevos juegos, para contar historias de fantasmas, de ovnis, de monstruos desconocidos, pero indudablemente existentes -por que nuestros padres (algo paranoicos) nos respondía que era muy probable que los extraterrestres o pie grande existieran, al contrario del "Coco". No me estoy quejando; agradezco por los padres despreocupados y desobligados que teníamos-.
Por supuesto que gracias a este detalle, al pasar el tiempo,nosotros éramos los que primero se colaban a las fiestas, robaban en las tiendas, tenían noviecillas, y asolaban el vecindario. Era una nueva temporada, tiempo de la revancha. Los últimos siempre serán los primeros.