jueves, 25 de diciembre de 2008

Ser.

Nací siendo "alguien",de eso estoy seguro; después, con el tiempo -firmemente, diligentemente-, me recomendaron que tipo de persona debía ser. Casi desde el principio, me dijeron que si seguía determinadas reglas, sería "alguien mejor"; alguien mas valido. Para no contradecir a todos -puesto que es una actividad agotadora-, opté por seleccionar alguna de estas conductas que se me sugerían; pero en el fondo ardía por hacer lo que me daba la gana. Supongo que es aquello que llaman “amor por la libertad”. Escondido, a hurtadillas, cuando nadie podía verme hacía lo que quería. Era "yo".
Eso lo hice de niño y de adolescente. Después, por miedo, supongo -miedo a perderlo todo-, opté por dejar de actuar de forma tan impulsiva. Me fui controlando. Me importaba más agradar. Agradar a las novias, a mis amigos, a mis padres, a mis superiores, a los que me rodeaban. Agradar a los que me interesaban; a aquellos que podían ofrecerme algo.

Mientras seguía con los estándares -y alimentado por el vigor de la juventud-, todo se veía brillante, ligero. Bendita ignorancia. Pero luego, al darme cuenta que el mundo era más cruento e injusto de lo que pensaba, me tomaba mucho más tiempo y más esfuerzo salvar mi pellejo, ya no podía detenerme a reflexionar acerca de tal o cual situación. A golpes, después de varías acciones gandallas en mi contra,se puede decir que me volví un poco mas despiadado: “a que lloren en su casa, a que lloren en la mía” era mi lema. Me transformaba en humanista solo frente a la gente que me interesaba. Yo no podía cambiar el mundo; solo podía leer cosas utópicas y repetirlas cuando estaba borracho, emotivo, o quería impresionar. Y los demás comprendían bien esta situación.

Siempre y cuando pasara la mayor parte del tiempo en la escuela y en el trabajo nadie se metía conmigo. Parecía un buen trato. Zanahoria y garrote. Por mi estaba bien, si podía recoger manzanas tiradas en el camino, y dar garrotazos alegremente yo también, cuando se presentaba la oportunidad.

Pensaba que combinando las cosas que aprendía en la escuela, junto con las cosas que iba aprendiendo en el trabajo, en unos años sería un ser completo. Tan completo que tendría casa y dinero. Y por lo tanto tendría sexo mucho más seguido; y luego el resultado obvio de tanta lujuria: hijos, seres que por fin justificarían mi existencia, hijos para que nadie más me molestara-ni la policía, ni mis superiores, ni mis familiares, ni mi mujer, bueno, tal vez ella si-; hijos para poder llevarlos a las reuniones familiares los domingos o sábados, y que todos vieran que yo era un ser tan completo como ellos, tan valido e independiente como el que más. Pero alguien tenía que arruinar mis planes, alguien que me conocía muy a fondo, un tipo que me cuestionaba y me juzgaba con una autoridad dictatorial: yo. Yo mero.

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